Ciudad de México.- El Día de Muertos es una de las tradiciones más emblemáticas de nuestro país, donde las familias honran la memoria de sus seres queridos que han partido.
La colocación del altar, rico en simbolismo y colorido, la visita a los panteones o nichos, y hasta los rezos son parte central de esta fecha.
Pero, aunque pueda parecer un día de luto la realidad es que es una celebración.
El Día de Muertos es reconocida por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) como patrimonio de la humanidad que a través de la historia ha logrado combinar elementos indígenas y europeos de una manera única
A continuación, algunas curiosidades poco conocidas que enriquecen el significado y las prácticas de esta festividad que honra a los difuntos.
El Día de Muertos no es un es un día de luto
Aunque está relacionada con la muerte, el Día de los Fieles Difuntos no es un día de luto. Y la prueba está en que se celebra con color, gastronomía y hasta música.
Las familias se reúnen para recordar a sus seres queridos a través de historias y recuerdos, en lugar de enfocarse en la tristeza de la pérdida, celebrando la vida de aquellos que han partido.
Las calaveras de azúcar y otros elementos decorativos son muestras de la alegría que caracteriza esta festividad.
A diferencia de muchas culturas que evitan el tema de la muerte, en México se aborda con un enfoque de aceptación, pues es vista como una etapa natural de la vida.
Este enfoque se refleja en el arte y la literatura mexicana, donde el tema de la muerte es muy frecuente y es tratado con un toque de humor e ingenio.
Orígenes del Día de los Fieles Difuntos
Uno de los aspectos del Día de Muertos es su origen indígena. Aunque la celebración contemporánea se consolidó después de la llegada de los españoles, elementos de esta festividad se remontan a civilizaciones prehispánicas como los mexicas, purépechas y totonacas.
Estas culturas rendían homenaje a sus antepasados mediante rituales que incluían ofrendas y ceremonias. Para los mexicas, la muerte no era el fin, sino una parte vital del ciclo de la vida.
Ellos honraban a sus muertos para asegurar que regresaran a su hogar en la Tierra durante la festividad.
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Altares, cempasúchil y calaveritas, los imprescindibles del Día de Muertos
Aunque existen los clásicos los altares, también conocido como ofrendas que se instalan en espacios públicos o en cementerios, en millones de hogares mexicanos se colocan altares de manera personal y única.
Cada familia tiene la libertad de crear su propio altar, lo que significa que no hay una forma ‘correcta’ de hacerlo.
Las ofrendas pueden incluir fotografías, objetos personales, comida, bebida y flores, así como elementos que representen los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego.
El cempasúchil, también conocido como ‘flor de los muertos’ es una planta emblemática de la festividad. Tiene un brillante color naranja y aroma dulce, que la convierten en una de las elecciones más populares para adornar altares y tumbas.
La historia dice que el cempasúchil guía a las almas de los muertos hacia el mundo de los vivos.
Durante el periodo prehispánico, los mexicas creían que el cempasúchil podía tener propiedades curativas, lo que suma un significado más profundo a esta flor propia de la celebración.
Las calaveritas de azúcar es otro de los símbolos más reconocibles del Día de Muertos.
Las hay decoradas con glaseados, con frutos secos o de anís, pero son más que simples dulces. Se fabrican para honrar a los difuntos y suelen llevar el nombre de la persona a la que se dedican.
Esto representa la creencia de que los muertos regresan a disfrutar de las delicias que se les ofrecen.
La tradición de las calaveritas de azúcar se originó en el siglo XIX, y con el tiempo se ha convertido en un ícono de la festividad a nivel internacional.
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