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![Cuando los presidentes lloran Cuando los presidentes lloran](https://ladmx.sfo3.cdn.digitaloceanspaces.com/Enrique-Gutierrez.jpeg)
El presidente José López Portillo lloró durante su último informe de gobierno, el 1 de septiembre de 1982, al anunciar la devaluación del peso mexicano y la nacionalización de la banca, y entonces no nos fue nada bien a los mexicanos por décadas.
Debieron pasar 40 años para que otro presidente, también López, repitiera una escena parecida, y eso para los mexicanos debe ser motivo de alerta, porque de ninguna manera tal hecho puede ser preludio de cosa buena.
A Andrés Manuel López Obrador se le quebró la voz y se le vieron lágrimas en los ojos durante su conferencia mañanera del pasado martes, cuando se colocó de nuevo en el punto de víctima junto con su familia y refirió un pasaje en el que había llamado a sus hijos a resistir los embates de sus adversarios.
El hombre más poderoso del país sintiéndose acosado, atacado, vulnerable.
Tras casi tres semanas de lidiar con una crisis política desencadenada por un reportaje del periodista Carlos Loret de Mola sobre la forma de vida de su primogénito en Houston, Texas, y fallidos intentos de brindar aclaraciones sobre el asunto, se mira a un mandatario débil, además de enojado, cometiendo error tras error, incurriendo en un temerario manejo de información fiscal confidencial del autor del trabajo periodístico, que es interpretado más que justo y benéfico para el país como un acto de venganza personal del propio presidente.
Por primera vez López Obrador no es el dueño de la agenda del país, y él y parte de sus colaboradores han seguido dando traspiés, en una crisis que está lejos de concluir, como el atreverse a repetir una gastada y repugnante estrategia usada por décadas por los gobiernos priistas, al publicar un desplegado de apoyo al mandatario firmado por los gobernadores de extracción morenista.
Han querido quemar una basurita y han incendiado el bosque.
Preparémonos. Cuando los presidentes lloran, los mexicanos debemos prepararnos para enfrentar cosas que duelen, y no solo a dar tímidos sollozos sino escandalosos alaridos.