Reinventando la Política
Las ciudades refugio históricamente han jugado un papel fundamental para la paz social de nuestro país. La más icónica es Ciudad Juárez, Chihuahua o Luisiana en Estados Unidos. Estos epicentros son lugares a donde se dirigen los que van huyendo del poder o de las balas. De algún abuso pues.
Desde tiempos bíblicos, Quedés, Siquem, Hebrón, Béser, Ramot y Golán fueron las seis ciudades refugios de las cuales nos habla el Volumen de la Ley Sagrada. Según la ley judía, las ciudades refugio eran sitios, donde se disfrutaba el derecho de asilo.
El domingo pasado, en la crónica de nuestra compañera Lucy Luna donde describió como Guamúchil volvió a convertirse en ciudad refugio al darle asilo a personas desplazadas por hechos violentos en la serranía de Sinaloa municipio.
Fue en una escuela donde el gobierno estatal y municipal brindó la ayuda humanitaria a las personas que venían huyendo de situaciones, desde protección, alimentación y albergue, conforme a los principios rectores de los desplazamientos internos que definen los derechos y garantías para la protección de las personas antes, durante y después de un evento de desplazamiento forzado interno, según la Unesco.
Lo que no rige, ni se explica en Naciones Unidas, ni ninguna institución, que, contra toda lógica egoísta, el pueblo alvaradense se volcó a llevar víveres para los desplazados y, es que ante situaciones de este tipo si algo sabe el sinaloense es compartir.
Mientras, en los montes la violencia prendía fuego a carros, abajo en el valle la gente se ponía del lado del dar y compartía con las personas que venían huyendo del horror.
En las comunidades que se han mencionado en las notas de seguridad, donde se han dado brotes de violencia resaltan Bacubirito, San José de las Delicias, el Opochi, Palmar de los Sepúlveda y El Saucito, donde según fuentes en la página de la alcaldía del municipio rondan en aproximadamente 3 mil habitantes o más en esas demarcaciones y aproximadamente el 10 por ciento bajó a Guamúchil. Esto pudiera ser que el resto de la población se quedó guarecida en sus comunidades o se escondieron en el monte o, se refugiaron en comunidades cercanas, mientras paren de tartamudear las armas de alto calibre en el monte.
Ahora bien, con información oficial algunas familias iniciaron el éxodo de retorno a sus lugares de origen. Esperemos que la tranquilidad se haya restablecido. Por lo pronto, esperemos que la violencia pare y no se vuelvan a repetir este tipo de sucesos, donde familias salen despavoridas y en shock huyendo con el miedo a cuestas.
Ante estos sucesos es necesario releer al gran Manuel Buendía, quien escribiera un artículo llamado la Tregua de Dios:
“Cuando la pradera se incendia, cuando amenaza una inundación o algo en lo recóndito asusta a los animales, las fieras y las alimañas comparten los refugios, sin reñir. Sin despedazarse entre sí. Los campesinos llaman a esto la tregua de Dios.
Démonos una tregua, pues. Si ya no somos capaces de actuar racionalmente, dejémonos guiar siquiera por el instinto de los animales.”
Al país, desde hace décadas le urge una Tregua de Dios.
En lo que llega están las ciudades refugio, esperemos no se vuelvan a necesitar.