México.- Pese a las nuevas formas de pago, con el uso de la conexión, las apps y otros medios electrónicos o digitales, el uso de las tarjetas de banco, no parece terminar en un futuro cercano.
La conveniencia de no ir al cajero a sacar dinero en efectivo, administrar mejor los gastos, o simplemente por gusto, ha acrecentado exponencialmente el número de usuarios de tarjetas de crédito y débito en las últimas décadas.
Los avances tecnológicos han permitido en la evolución en el manejo de los plásticos, a lo que hoy conocemos, aunque la modernidad también ha sido utilizada por la delincuencia para el robo de datos y hasta la clonación de tarjetas bancarias.
Pero antes, la historia era distinta, porque para que alguien ajeno usara tu tarjeta, literalmente tenían que robártela…
Si naciste en el siglo pasado, posiblemente te acuerdes que nuestros abuelos o quizá, nuestros padres, firmaban un documento a la hora de pagar con tarjeta de crédito.
Sin la firma del titular, este documento no valía nada, así que los comercios se tenían que asegurar de que todo estuviera en orden, al momento de cobrar con tarjeta bancaria.
Pagos con tarjeta… a la antigüita
Primeramente, la tarjeta debía pasar por una medida de seguridad que ahora parecería increíblemente vulnerable.
Para revisar que la tarjeta no fuera robada o invalidada, se hacía uso de una lista denominada: Boletín de Tarjetas Anuladas.
El documento en forma de libretilla, recopilaba todos los números de tarjetas que estaban dadas de baja, o estaban reportadas como extraviadas o dadas de baja.
Una vez confirmado que la tarjeta estaba en regla, una papeleta denominada ‘voucher’ o recibo, el cuál debía ser llenado a puño y letra con el importe de la compra, para luego posicionar la tarjeta físicamente en una maquina llamada bacaladera.
Es por ello que las tarjetas tenían el número y el nombre del titular grabado en relieve ¿te acuerdas?
El plástico era colocado en una placa, donde se contenía los datos del comercio, también en relieve y se ponía el recibo, conformado por tres hojas de papel autocopia.
Con el rodillo de la bacaladera, que se pasaba por encima del ‘voucher’ se marcaba la hoja original y las copias.
Una de esas copias era para el titular de la tarjeta, quien debía guardarla celosamente, para cualquier aclaración con su banco y para efectos contables.
En caso de que el establecimiento detectara una tarjeta que estuviera publicada en el boletín, tenía la obligación de quedársela para notificar al banco.
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